Jesús González Schmal
2 de diciembre de 2006
Si alguna connotación tendrá el periodo presidencial que concluye es su manifiesta paradoja. No ha habido, en toda la vida de la nación, una oportunidad más sobresaliente y propicia para el avance en lo político-social -democrático, de justicia y desarrollo, en lo económico-, como la que tuvo Fox en las manos, con condiciones óptimas de plena aceptación y colaboración colectiva, que fue irresponsablemente echada por la borda. Vicente Fox concitó la mayor esperanza y confianza hacia un cambio de fondo en el país. Pese al dislate de romper la fórmula solemne de la toma de protesta presidencial, el discurso inicial tenía planteamientos que suponían de veras la intención de llevar a México a sus mejores épocas.
El entorno económico no podía ser más favorable, el ingreso por divisas enviadas por emigrantes mexicanos de Estados Unidos y los niveles del precio promedio del petróleo constituyeron espléndidos recursos para ser instrumentados hacia un crecimiento verdadero. La disposición anímica de los mexicanos para emprender una nueva era de desarrollo estaba en su punto máximo. ¿Qué pasó, por qué se desplomó el proyecto dejando un México mucho peor que el que se recibía con injusticias crónicas pero con estabilidad política y económica?
Según la versión oficial panista, pese a la obviedad del resultado electoral en favor de Fox y del inmediato reconocimiento del propio Zedillo, la situación dio un súbito giro, y los partidos de oposición se volcaron a obstruir la gestión foxista. Lejos, muy lejos de un mínimo de autocrítica para advertir que el alejamiento de todas las promesas del nuevo presidente, respecto al diálogo, el antipresidencialismo y aquello de que "el presidente propone y el Congreso dispone" estaban quedando a nivel de una burla imperdonable o de un vacío por amnesia recurrente.
Se llegó a decir, con seriedad, que la tendencia patológica narcisista se había agudizado en Fox al extremo de perder contacto con la realidad. La misma conducta desplegada, al abrir la recámara conyugal al público, se inscribe en ese diagnóstico que se trasladó incluso a relaciones internacionales como fue el caso de Cuba, Argentina y Venezuela, con los que se escenificaron los más graves retrocesos de nuestras tradiciones internacionalistas.
La relación Vicente Fox-Marta Sahagún y las pretensiones de esta última para sucederlo, hasta el epílogo sexenal de la amenaza a los miembros de una Comisión Investigadora del Congreso, en donde se vinculaba a sus hijos, se convirtió ya en una pesadilla para la República que degradó la investidura presidencial a la condición de carpa de barrio donde todos los días se esperaba un nuevo grotesco espectáculo de la pareja presidencial.
Otra explicación que corrió respecto a este desempeño foxista fue la de la ausencia de una noción mínima de lo que son la autoridad, el derecho, el régimen de partidos y la naturaleza y funcionalidad del Ejecutivo. En la ignorancia probablemente esté en parte la causa de lo ocurrido. Lo cierto es que, además de la ignorancia en sí, existe también una grave incapacidad para dejarse asesorar. Fue por ello cierto lo que el mismo presidente declaró, respecto de que todas las noches acordaba con su esposa, entendiéndose en el sentido de exclusividad.
La represión despiadada en Oaxaca como preámbulo de un Congreso convulsionado por la imposición electoral y el desengaño popular por promesas no sólo incumplidas, sino revertidas en perjuicio de la nación, son los signos inequívocos de un final de sexenio que pasará a la historia como el más gigantesco fraude a la buena fe y a la confianza de los mexicanos.
Ya sin fuero, el ex presidente y su esposa tendrán que responder. No se puede impunemente dejar un país postrado e imponer a un sucesor (el mismo Fox dice que ganó la elección dos veces con Calderón). Es cierto que ya se oyen pasos cuando no puede asistir a rendir el Informe, ni al grito de la Independencia y cancela el desfile de la Revolución. Ser el invitado repudiado en la ceremonia de protesta del presidente de facto entrante es presagio de lo que ocurrirá. Tuvo que salir del Congreso para leer su discurso en el Auditorio Nacional previamente resguardado por el Ejército.
Sin precedente histórico, Felipe Calderón en tres minutos rinde la protesta de ley. Simultáneamente Andrés Manuel López Obrador en el zócalo de la capital convoca a la nación al rescate del sufragio efectivo...
Abogado
sábado, diciembre 02, 2006
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