Lunes 30 de octubre de 2006
Con lluvia de piedras en cada esquina dieron la bienvenida a la fuerza pública
Unidos y organizados, los oaxaqueños intentaron repeler la embestida policiaca
"Ustedes están jodidos como nosotros, ¿por qué nos hacen esto?", gritaban a los agentes
Con buldózeres, elementos de la PFP levantaron las barricadas de los habitantes Foto Ap/Luis Alberto Cruz
Oaxaca, Oax., 29 de octubre. Al mediodía, cuando el avance de las fuerzas federales sobre la ciudad de Oaxaca apenas comenzaba -lento, inexorable-, los vecinos de la colonia Candiani decidieron reforzar su barricada sobre la avenida Símbolos Patrios, esquina con Eulalio Gutiérrez, con un par de tráileres "retenidos" y un autobús escolar que tenía las llantas ponchadas. Colocaron su retén ciudadano, mantas y hasta sacaron a la bisabuela Angela para que hiciera guardia en su silla de ruedas.
Lo hicieron porque en esa esquina, hace dos semanas, cayó Antonio García, rotulista que llevaba café a los brigadistas. Fue abatido por militares borrachos, quienes salían armados de un table dance a altas horas de la noche.
Fue entonces cuando descubrieron que en una camioneta Suburban, supuestamente del servicio de transporte urbano, viajaban 12 jóvenes vestidos de civil. Tenían corte de cabello tipo militar, complexión atlética, buenos tenis y mochilas idénticas. Se resistían a identificarse. Entonces los esculcaron. Eran soldados de la 28 Zona Militar, adscritos a la Dirección General de Transportes Militares Sección Fletes. A los vecinos de la barricada, los soldados les dijeron que "iban a un curso a Ixtepec". Pero a esa hora, en este día de la historia de Oaxaca, nadie les creyó. Y según una vecina que tiene madera de lideresa, fueron "invitados a pasar" a la barricada y retenidos. Los sentaron a la sombrita -bajo una manta juarista, que tenía el lema de "el derecho al respeto ajeno es la paz"-, les dieron de beber agua de jamaica bien fría y hasta revistas para que se entretuvieran.
Gustavo Adolfo López, de la comisión de orden y vigilancia de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, se puso en contacto con el comandante de la 28 Zona Militar, Juan Hernández, y con Fernando Yánez, comisionado de la Secretaría de Gobernación. Se acordó que pasarían a buscar a los militares a la barricada. Todo se resolvió sin incidentes en menos de 20 minutos. Un vehículo de la zona de Ixcotel pasó a buscarlos y se los llevó en dirección contraria al aeropuerto.
Apenas había desaparecido el transporte militar con los soldados cuando en dirección opuesta hizo su aparición el muro negro de escudos y toletes, precedido por dos buldózeres y gritos de ira de la población.
"Llévense a Ulises"
La doña de la tercera casa de la calle Puerto de Manzanillo estaba por servir la mesa cuando oyó el estruendo. Salió corriendo hacia la esquina de la avenida Símbolos Patrios con el trapo de la cocina en las manos. Y tras ella, su prole. Vieron cómo su trinchera se hacía añicos en las pinzas de los buldózeres, conforme avanzaba, compacta, la columna de escudos de la Policía Federal Preventiva (PFP). Cómo detrás de los federales iban los camiones que usan a diario al servicio de la ocupación. Eso sí hizo hervir la sangre de la doña, de su prole y de todos los presentes, pueblo puro y duro de la ciudad de Oaxaca.
-¡Choferes traidores! -gritaban.
La empresa Servicios Especializados de Transportes Antequera (Sertexa) prestó sus unidades para el traslado de la policía federal. O fueron requisados, como ocurrió a ADO, a la que fueron expropiadas "temporalmente" al menos 12 unidades para el transporte de tropa del Istmo y Tuxtepec.
-¿Está nerviosa, comadre? -preguntaron a la matrona que vive en la calle Manzanillo.
-¿Nerviosa? Ni madre. Impotente -respondió.
Por un momento el convoy se detuvo. Y los vecinos se lanzaron contra los autobuses para poncharles las llantas. La PFP entró en acción y correteó a los jóvenes en todas las bocacalles. Avanzó la fuerza federal hacia el centro. En cada esquina fueron recibidos con lluvia de piedras. En una curva, unas viejillas corrían desde lo hondo del camellón hacia la banqueta, de ida y vuelta, una y otra vez, con la canasta del mandado. En la hondonada recogían piedras que entregaban a los muchachos, quienes, cual intifada local, hicieron añicos las ventanas de todas las unidades de la Sertexa.
La vecina con madera de lideresa de la barricada, quien minutos antes ofrecía agua de jamaica, caminaba frente a los policías roja de coraje: "Pero si ustedes están pinchemente jodidos como nosotros, ¿porqué nos hacen esto y no se llevan a Ulises?" Otros gritos de mujeres se escuchaban al paso de la PFP: "No violen a las mujeres, llévense a Ulises." "Hagan esto con los narcos, no con nosotros." "También estamos luchando por ustedes." "Oaxaca no es Atenco." Y la descarga popular inevitable: "¡putos, puercos, culeros!"
Una y otra vez, entre la gente enardecida había quien llamaba a la razón, a no responder a la provocación, a no dar motivos. Era todo un operativo de contención. Autocontención. Sabiduría popular. Mejor las banderas blancas y las tricolores, los espejos, las vírgenes de Guadalupe, aderezadas con mentadas para expresar el repudio inequívoco. Y en los bolsillos muchas, pero muchas resorteras. Y canicas de diversos calibres como proyectiles. ¿Alguien aplaudió? Quizá. No muchos.
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